miércoles, 25 de abril de 2018

¡Pobre Cristina!

A punto de echarme la crema barata de todas las mañanas -dicen que las propiedades son las mismas que las de alto standing-, para tratar de detener las inclemencias del tiempo en mis patas de gallo, escucho por la radio que circula un vídeo de 2011 por la red, de Cristina Cifuentes robando, presuntamente, unas cremas de Olay en un supermercado, ya sabéis ese potingue al  que "le gusta estar en tu piel", que dice el anuncio. En las imágenes se aprecia cómo los vigilantes de seguridad llevan a la Presidenta madrileña para pedirle explicaciones del hurto, sorprendidos sobretodo por cómo una mujer vestida de Prada puede cometer semejante acción.

Dada mi tendencia a hacer de abogada del diablo, que nunca mejor dicho, a juzgar por las informaciones, estos días se viste de Prada, y esa mi manía de compadecer al árbol caído, aunque el leñador tenga toda la fuerza y la razón, lo primero que pensé fue que a Cristina le empiezan a crecer los enanos, típico de quien de un día para otro pasa de princesa a mendiga,es posible que por méritos propios. Muy mal por añadir Másteres falsos, muy mal por un hurto que no es precisamente  para dar de comer a tus hijos, muy mal por mentir, pienso. Si tenéis oportunidad de hablar con trabajadores y trabajadoras de supermercados y grandes superficies comerciales os contarán cantidad de casos de gentes con perfiles de ricos y honrados que han sorprendido hurtando: desde un solomillo hasta un bolígrado, pasando por una pastilla de avecrén, unas bragas o un sobre de azafrán.

A propósito del caso, mi amiga Pilar se pregunta: "Perfumase en la tienda de Isidoro Álvarez  conla excusa de probar la colonia será delitu", a lo que Rosa le contesta: "Por si acasu,  perfúmate en casa". Por otro lado, cuidado con el fuego amigo; se comenta que en caso del vídeo de Cristina Cifuentes,que estuvo siete años bajo llave, el delator no anda lejos. Esto también me lleva a pensar, una vez más, que el undécimo Mandamiento debería de ser: "No traicionarás".

También se me ocurre, mientras corto el bote de crema para aprovechar los últimos residuos -lo postreroo caargao o lixero-, que también conozco casos de honestidad suprema, que compensan las malas prácticas, y que es una suerte tener la crema rejuvenecedora de una conciencia tranquila, aún con remedios de belleza baratos porque, al fin y al cabo, lo que da frescura a la piel, a la mirada, a la vida...  nada tiene que ver con las apariencias.






1 comentario:

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